El lenguaje expresivo —la capacidad de poner en palabras pensamientos, ideas o necesidades— no solo es una habilidad comunicativa, sino un pilar fundamental del desarrollo cognitivo, emocional y social en la infancia.
Los niños que presentan dificultades en el lenguaje expresivo pueden experimentar frustración constante, bajo rendimiento escolar, aislamiento social o incluso ser malinterpretados por su entorno. Desde la neuropsicología del desarrollo, se sabe que el lenguaje no se desarrolla de forma aislada: está profundamente conectado con funciones ejecutivas como la memoria de trabajo, la atención sostenida y la autorregulación emocional.
La detección temprana de señales como vocabulario limitado, dificultad para construir frases o evasión del habla es clave para intervenir a tiempo. Esto no solo mejora la comunicación verbal, sino que puede prevenir trastornos de aprendizaje, problemas de conducta y deterioro en la autoestima.
La neuropsicología infantil propone intervenciones integrales que estimulan áreas cerebrales responsables del lenguaje, mientras fortalecen los vínculos sociales y el desarrollo cognitivo global. Estas estrategias deben aplicarse tanto en contextos clínicos como escolares, para lograr cambios sostenibles.
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